Con una contención insuficiente del crecimiento de la emisión de dinero, una muy limitada expansión secundaria (intermediación bancaria) y un elevado riesgo país se destapan los inductores emocionales del mercado y se dispara el mercado cambiario más allá de la razonabilidad de la economía.
Si la emisión de dinero se limitara a no más de 3% y la intermediación financiera reflejara un costo mensual de deuda de 36% durante el mes en curso, ni el mercado de divisas ni la inflación podrían superar una variación más allá de 13%. Claro, la contraparte sería una depresión mayor a la que ya sufrimos.
El tiempo pasa e irresponsablemente no se formula un verdadero relato económico de país sin asfixia regulatoria, ni emisión irresponsable de dinero y con un severo programa de equilibrio fiscal. Esta opción exige credibilidad en la propuesta a un nivel de aceptación por parte de los mercados financieros, porque a Venezuela se le agotó toda posibilidad de sortear la crisis sin un importante apoyo financiero internacional. En tanto no se asuma esta alternativa, habrá un «va y viene» entre la hiperinflación y la profunda depresión económica.
La arrogancia extrema con la cual se manifiesta el discurso político venezolano y la displicencia insolente hacia el conocimiento económico siguen marcando una pauta radical y extrema de rechazo a los acuerdos, al dialogo y hacia lo más elemental de los fundamentos de la democracia: la defensa del sufragio.
De modo que fuera del alcance de las verdades experimentales y deliberativas el dólar tendrá siempre las razones que los impulsos impiden ver.